También marca la transición hacia un nuevo gobierno, ya que este es el último año en la gestión de Otto Pérez Molina, quien aparentemente dejará el poder con un sabor amargo acerca de las cifras reales del combate de la delincuencia.
Más allá de las estadísticas, un dato demoledor que marcó el cierre del 2014 es que el número de muertos en Guatemala sigue siendo de 16 homicidios al día, un macabro número que poco ha variado en la última década, y por ello es que cuando se pretende llevar esto al juego de la cantidad de crímenes por cada cien mil habitantes, resulta incomprensible para la ciudadanía, que sencillamente observa cómo se sigue matando de manera despiadada en el país. Además, cada vez se busca hacer más esquivas las cifras de esa siniestralidad.
El pasado miércoles se vivió en un sector de la zona 6 uno de los crímenes más abominables con ese lujo de violencia. Cuando apenas empezaba la jornada laboral, la taxista Silvia Johana Osorio fue vilmente asesinada por dos sujetos que se conducían a bordo de una motocicleta y con los rostros cubiertos con gorros pasamontañas. La descripción de los agresores nos recuerda que las leyes también continúan siendo letra muerta, pues se sigue matando desde motos y ahora con gorras que también están prohibidas.
Este caso es doblemente doloroso, porque ratifica que la violencia homicida sigue rampante, que la delincuencia continúa imponiendo su ley y que se ha convertido en un recurso repudiable para que los malhechores amplíen el cerco de terror contra la población. Respecto de este nuevo suceso, el encargado de dirigir las labores de seguridad en el país se limitó a decir: “Es un hecho relacionado con lo que ocurre en el transporte... Estamos procesando evidencias junto al Ministerio Público en la escena del crimen y veremos qué sale”, en una clara muestra de agobio.
Seguramente no saldrá nada, y este será un nuevo número que se sumará a los miles de expedientes que el MP tiene sin resolver, pues hasta ahora los esfuerzos se concentran en casos de mayor impacto y resulta casi imposible que las miles de muertes que anualmente deja la violencia puedan ser esclarecidas. Por eso se explica que las cifras de impunidad continúen siendo tan elevadas, pues la criminalidad, en sus diferentes expresiones, ha rebasado el poder del Estado y a ello se agrega una buena dosis de negligencia.
Otra faceta de hechos de sangre tan repudiables que se vinculan con diferentes fechorías es que estos se convierten en mensajes de terror para quienes se resisten a pagar las extorsiones infames que exigen los delincuentes, y mientras eso no se combata de manera contundente, la amenaza se tornará en una pesadilla. El transporte público y el de bienes de algunas empresas está sometido a una despiadada e incontrolable presión criminal, pero también preocupa el aumento de asesinatos atroces que conmocionan a la población.
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