Ninguno de nosotros es 100% honesto, 100% del tiempo.
El ego exige admiración y respeto, y por ello buscamos vernos como
“el bueno de la película”. Si fuimos demasiado perezosos para trabajar
durante el fin de semana, tal vez usemos a nuestros seres queridos como
excusa diciendo “¡La familia es primero!”, cuando sabemos que habríamos
podido encontrar el tiempo entre ver televisión y navegar en la web.
Cuando participamos como voluntarios todo el día en un comedor popular,
es lo primero que queremos contarles a nuestros amigos; pero si le
gritamos a un colega de trabajo o lastimamos a un allegado, es poco
probable que esto sea nuestra próxima actualización de estado en
Facebook.
¡Esto le ocurre hasta a las personas más espirituales! Tal vez
queramos inspirar a más personas a caminar nuestro camino y, por ende,
fingimos ser seres humanos perfectos; queremos que la gente crea que no
tenemos ego y que nuestra vida no tiene conflictos. Pero, si bien esto
pueda inducir a otros al estudio, imagina lo que pensarán de la Kabbalah
cuando se enteren que todavía tienes ego o que aún tienes desafíos que
superar.
Al final, la verdad surge.
Esta es una gran razón por la cual muchos de nosotros caemos en el
trabajo espiritual. Intentamos demostrar cuán buenos somos en el
exterior pero, en el interior, realmente no somos lo que aparentamos.
Desarrollar la Luz interior es un proceso de transformar la
negatividad que nadie ve enterrada dentro de nosotros. Lo importante es
no mentir (a los demás o a nosotros mismos) en un esfuerzo por cubrir
esa negatividad. No pasará mucho tiempo para que comencemos a creer la
mentira y a perder nuestro trabajo espiritual.
Vivimos en una cultura que glorifica la autopromoción, pero intentar
lucir “más grande” de lo que somos nunca nos traerá realización genuina.
Ésta sólo proviene de aprender a “reducir” nuestro ego para que podamos
encontrar aceptación y verdad. La aceptación de nosotros mismos
conlleva a la aceptación de los demás.
Exponer nuestra negatividad a los demás es exponerla a la Luz.
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