Tío Conejo y Tío Coyote

Una viejita tenía una huerta que era una maravilla.
Allí encontraba uno todo: rabanitos, culantro, tomates, zapallitos y chayoticos tiernos, lechugas. Pero la viejita comenzó a encontrar los quelites de las matas de chayote y de zapallo comidos, y después, daños por todo. Entonces hizo un gran muñeco de cera y lo plantó en la puerta.
Pues, señor, el caso es que tío Conejo era el de aquel tequio; se metía en las noche y se daba cuatro gustos gurruguseando por todo.
Cuando llegó y se encontró con aquel espantajo, se escondió detrás de unas matas a examinarlo. y al convencerse de que no se movía y que era de mentiras, la picó de valiente, se acercó y le dijo: --¿Idiai, hombré, a ver qué es la cosa? Echémonos, a ver si vos me podés atajar.
Y tio Conejo le metió su moquete, pero como el muñeco era de cera, tío Conejo se quedó pegado. Le dio mucha cólera y le metió otro moquete y se quedó pegado. Por despegarse comenzó a patalear y se quedó pegado de las dos patillas; metió la cabeza y se le pegaron las orejas.
En esto amaneció y salió la viejita a su huerta y se va encontrando con mi señor, bien pegado del muñeco.
--¡Ajá, con que ya di con lo que era! ¿Con que vos eras, confisgado, el que estabas acabando con mi huerta? Aguardate ai y verás. Ahora te voy a pelar, a ver si te quedan ganas--. Y lo cogió y lo metió entre un saco; lo amarró y lo dejó a un ladito en la cocina, mientras iba a traer el agua.
--¡Ah vaina la que me fue a pasar! -se puso a pensar tío Conejo. Y comenzó a pegar unos grandes gritos: --¡Sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí!
En esto iba pasando tío coyote y a los gritos, se fue metiendo hasta la cocina a ver qué era. Cuando llegó junto al saco, preguntó: --¿Quién está aquí; --Tío Conejo le contestó: -Pues yo, tío Conejo, que me tienen entre este saco porque me quieren casar con la hija del rey, y yo no quiero. Yo no me quiero casar.
Tío Coyote le dijo:
--¡Que mamada! ¡Con la hija del rey-- !¡Así quien no...! ¿Qué más querés?
Tío Conejo le dijo: --Pues ni aun así. Ya ves que es la hija del rey, y todavía si me la dieran encasquillada en oro, diría que no. ¡Qué vaina! ¡Qué vaina! El buey solo bien se lame. Yo que pensaba morir soltero...
Tío Coyote dijo: --¡Cuándo yo! ¡Más bien estaría bailando de la contentera! Yo sí que no me haría el rosita como vos.
Entonces tío Conejo le propuso: Mirá, ¿por qué no me soltás y te metés vos en mi lugar? En la ceremonia el novio va a estar metido entre el saco, para que la princesa no se de cuenta, porque el rey es el de la gana de que yo me case con su hija. Y una vez pasada la ceremonia, el rey tiene que convenir.
El muy no nos dejes de tío Coyote, sin acordarse de que ya otras veces tío Conejo le había jugado sucio, convino. Desamarró el saco y salió tío Conejo; se metió él, y tío Conejo lo amarró y ¡paticas! por aquí es camino...
Se escondió entre unos matorrales para ver en qué paraba aquello.
Volvió la viejita con su tinaja de agua. Puso una olla de agua al fuego y se sentó a esperar. Tío Coyote, donde oyó gente, por quedar bien comenzó a decir: --¿Idiai, a qué hora viene la princesa? Ahora sí, ya tengo ganas de casarme.
--Sí, princesa te voy a dar yo sé por dónde-- le contestó la viejita.
Cuando el agua estuvo hirviendo, desamarró el saco y se asomó. --¿Ajá, con que de conejo se volvió coyote! Está bueno.
Y tío Coyote, vuelto una agua miel, respondió: --Si señora, pero yo si tengo mucho gusto en casarme.
La viejita cogió su olla de agua hirviendo y se la echó por la trasera.
El pobre tío Coyote salió en un alarido, y en carrera abierta. Cuando lo vio pasar tío Conejo le gritó:
--¡Adiós, tío Coyote c... quemao, por amigo de ser casao!
***
Allá a los días, en una que va y otra que viene, se va topando tío Conejo con tío Coyote. Tío Conejo se quedó como el día en que lo habían de enterrar--. ¡Hijo del padre! ¡Ahora sí que me llevó quien me trjo! --se puso a pensar.
Verlo tío Coyote y ponerse como un jarro zonto, todo fue uno.
--¡Bueno, tío Conejo, yo y usté tenemos que arreglarnos...!
Tío Conejo se hizo el tonto: --Y ¿eso de qué, tío Coyote? Yo espulgo mi conciencia y veo que en nada lo he ofendido.
--Sí, callate solfas. Por dicha que ya yo sé con la tusa con que me rasco. Encomendate a Dios, porque aquí me las vas a pagar todas juntas.
Tío Conejo, mientras tanto, estaba volando ojo para todos lados. A la orilla de una cerca había un palo de zapote cargadito de zapotes. Entonces dijo: --Bueno, tío Coyote, ¿qué vamos a hacer? El que puede, puede. Pero eso sí, que antes de acabar conmigo, me deje subir a ese palo de zapote a comerme un zapotico que estoy viendo desde aquí, madurito que no sé cómo no se ha caído. No me mande al otro lado con la gana. Tome mi mano que vuelvo a bajar para que me tasajee.
--¡Qué caray! --contestó el otro--, andá y comete el zapote, que en seguida será otro cantar. Y lo que es yo no me quito de aquí hasta que bajés.
No bien había acabado tío Coyote de consentir, cuando iba mi señor palo arriba diciendo:
--¡Carachas! ¡Que me he visto en alitas de cucaracha! ¡Enainas me almuerza!
Ya arriba, se puso a hacer que comía zapote y a decir: --¡Qué zapotes! ¡Si es como estar comiendo sobao! ¡Qué ricura!
Hágase de cuentas, tío Coyote, que tatica Dios encerró entre estas cáscaras terrones de dulce.
Tío Coyote ¿quiere que le tire uno para que pruebe?
--Bueno --respondió el otro.
Allá te va; abra la boca y cierre los ojos.
De veras: el otro gandumbas va abriendo ei hocico y Tío Conejo buscó el zapote sazón más galano que encontró y se lo dejó ir con toda alma hacia la boca.
Por supuesto que le apió cuanto diente tenía y el pobre tío Coyote dijo a correr pegando el grito al cielo.
***
Fueron pasando días y en una de tantas, en una noche de luna, vuelve a dar tío Coyote con tío Conejo.
Todo moletas, le dijo mientras lo agarraba de las orejas: --Lo que es de ésta sí que no escapás, grandísimo tal por cual. Mirá cómo me tenés...
Y tío Conejo, aunque no era del caso para reírse, ya no aguantaba las ganas, al ver al pobre tío Coyote sin dientes y al recordar cómo andaría la trasera.
--Pues bueno, tío Coyote, ¡qué vamos a hacer! Cuando usted dice este macho es mi mula, nadie lo saca de ahí. Dios sabe que nada le he hecho con intención de hacerle daño. Es que vea, tío Coyote, yo soy más torcido que un cacho de venado con usté, y cada vez que quiero hacer una paloma me sale un sapo. ¡Que el señor le dé paciencia conmigo!
Y tío Conejo dio un gran suspiro.
Callate, vende miel y bebe sin dulce. Quien no te conoce que te compre.
--¿Sabe para dónde iba, tío Coyote? Pues a atiparme de queso. ¡Viera qué queso! Hasta que se ve amarillito.
--¿Y dónde está? --le preguntó tío Coyote.
--Pues ande y vamos.
Y echaron a andar, tío Coyote sin soltar a tío Conejo.
Llegaron a un gran charco y en el fondo de él se reflejaba la luna llena.
--Tío Conejo dijo:
--Mire, tío Coyote repare qué queso. Yo creo que hay para un aóo. Y diga si no se le ve chorrear la mantequilla.
Y el otro Juan Vainas contestó: --De veras, tío Conejo. ¡Qué hermosura! ¿Y cómo hacemos para cogerlo?
--Muy sencillo. Pongámonos a bebernos el suero.
No es mucho y ahorita lo acabamos.
Y dicho y hecho, se puso a hacer que bebía. Tío Coyote sí, se puso muy en ello a beber y beber, a beber hasta que por fin ya no le cabía.
--¿Ay, tío Conejo de Dios! Ya no aguanto.
Tío Conejo respondió: --Aturrúsele tío Coyote, ya entre poco acabamos.
Allá al rato, jadeando y con la panza como una tambora, volvió a decir tío Coyote: --Ja.. jaa..., ja... ¡Ay, ya no aguanto!
--¿Sabe lo que vamos a hacer? dijo el indino de tío Conejo. Pues mire, tío Coyote, vamos a pegar una carrera en esa cuesta, para que se nos baje el suero, y enseguida volvemos a acabar con lo que falta.
El otro convino, tío Conejo lo cogió de una mano y salió con él cuesta abajo.
Tío Coyote no pudo ni gritar y en media cuesta se oyó como cuando revienta una vejiga de res inflada.
¡Pues qué era! Pues el pobre tío Coyote, que llevaba la panza como una timba, había reventado en la carrera.
Y tío Conejo que por dos veces se había visto a palitos para no ir a parar a la panza de tío Coyote, pudo ya andar tranquilo para arriba y para abajo.

 
 
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