Como ya entraba la noche, el Tío Coyote no quería quedarse sin cenar y anunció su cacería:
-Hoy si me lo como, Tío Conejo.
Con destreza el Tío Conejo se apartó de la embestida y desde la otra orilla del pozo dijo:
-Espere Tío Coyote, le voy ha ofrecer otro banquete.
-No puedo esperar, vengo hambriento, además por culpa suya me han dado gran chamusquina en el culete. Así que me lo como, porque me lo como -dijo el Tío Coyote, mientras corría rodeando el pozo.
-¿Por mi culpa le dieron chamusquina? -dijo el Tío Conejo, buscando una distracción para escapar.
-Claro, porque usted se comió una sandía y después la rellenó de pacunes suyos. El campesino llevó esa sandía al cura del pueblo y cuando la partieron... sale el chorro de chibolitas negras y apestosas.
-Vaya, vaya... las cuinas que se inventa usted Tío Coyote. Usted tiene una mente fabulosa.
-Por tremenda travesura amonestaron al campesino, lo arrodillaron en el altar para rezar oraciones, y luego lo quieren excomulgar de la iglesia por sacrílego. Por todo eso el campesino puso un muñeco de cera en el sandíal y yo quedé atrapado. Como puede ver, allí mismito me prendió fuego y me dio la chamusquina en el culete y el lomo.
-Eso no es nada Tío Coyote, no sea llorón, apenas se le mira ahumado el cuero y la cola.
No dijo nada más el Tío Coyote y se lanzó al ataque.
-Espere, no se atolondre Tío Coyote, escuche el banquete que le propongo. Saquemos el queso que está al fondo del pozo y lo vamos a compartir -dijo el Tío Conejo con gestos de deleite.
Al mirar la tortilla blanca en el fondo del pozo, el Tío Coyote se lanzó de cabeza y comenzó a tragar bocanadas agua. Por su cuenta el Tío Conejo apenas mojaba su lengua.
Rápidamente al Tío Coyote se le infló la panza y no se pudo mover.
-Pensándolo bien Tío Coyote, le dejó el queso para que se lo coma usted solo.
-Venga Tío Conejo, ya falta poco para secar el pozo. No me deje solo -dijo el Tío Coyote.
Con el agua a la rodilla el Tío Coyote descubrió que no había ningún queso en el fondo del pozo, y que en realidad se trataba del reflejo de la luna.
-Otra vez me ha engañado Tío Conejo, ahora sí me lo como -dijo el Tío Coyote, pero no pudo moverse ni un paso, por la pesada barriga inflada de agua.
Tranquilamente el Tío Conejo se marchó por un matorral, mientras gritaba:
-¡Adiós Tío Coyote: Lomo apaleado, dientes quebrados y culete quemado!
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