Sin lugar a dudas América Latina es una de las regiones con mayor similitud entre los países que conforman este subcontinente. Somos una región que comparte un pasado indígena (en la mayoría de países), una historia de conquista europea, costumbres, tradiciones, religión y lenguaje. Incluso podríamos decir que nuestro subcontinente es una nación unida por vínculos históricos y separada por una geografía política que fue delimitada por intereses individuales de gobernantes que pensaron que la división era la clave para su permanencia en el poder.
Bien lo sabía Napoleón II, cuando, en un intento por ocupar el lugar que había dejado el yugo español a mediados del siglo XIX, llamó a nuestra región “Latinoamérica” haciendo alusión al origen latino de nuestra lengua, el cual compartimos con los franceses, italianos y portugueses en el viejo continente.
Qué pensaría el gran Simón Bolívar si pudiera apreciar lo que es hoy “Latinoamérica”, aquella gran nación con la que soñaba y por la que peleó hasta el último día de su vida. Qué haría el general San Martín si sus ojos observaran lo distante que está Uruguay de Argentina, o lo lejos que políticamente están su nación (Argentina) con Chile, país al que ayudó a independizar de la mano de aquel acaudalado O’Higgins.
Hoy en día el mapa latinoamericano “aparenta” integración de jure, pero vive una separación que parecería irreconciliable de facto. Si bien es cierto existen intentos de una integración formal tanto en Centroamérica como en Sudamérica, lo que observamos es que ningún movimiento de regionalización tiene la fuerza suficiente para cumplir con el sueño de una “nación latinoamericana”.
Los movimientos de integración más importantes en América Latina son La Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN), la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), el Mercado Común Centroamericano (MCCA), La Alternativa Bolivariana (ALBA), La Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Mercado Común del Sur.
De las anteriores la más “grande”, por territorio y población es la CSN, es paradójico, pues en está no encontramos como miembro pleno al país más representativo de los hispanoamericanos, aquel Estado al que Morelos llamó “la puerta de América Latina”, nos referimos a México, país que sólo es observador en aquella Organización Internacional.
Todavía no existe una Organización que represente los intereses de “la nación latinoamericana”. Para superar los retos como nación hay que tener en claro que los latinoamericanos somos hijos de la madre patria europea y del humilde padre indígena. Somos nacidos de una España y una Mesoamérica multiétnica. Pero también somos hijos de una cultura prehispánica, de hombres oprimidos, de naciones heridas de muerte, de indios esclavizados que no terminan de ser sometidos. Somos fruto del desprecio y opresión de a quienes nuestros antepasados arrebataron sus tierras, somos presas y opresores en nuestra historia, el ejemplo más claro de una pareja antagónica, el fruto de la negación de lo que fuimos y somos.
La idea de América Latina debe partir de un respeto a las diferencias entre los países y a las múltiples naciones que habitan nuestra región. América Latina no es más una abstracción para localizarnos en el mapa del mundo, es el recuerdo de un pasado común, un presente inconforme y un futuro todavía difuso.
Bien lo sabía Napoleón II, cuando, en un intento por ocupar el lugar que había dejado el yugo español a mediados del siglo XIX, llamó a nuestra región “Latinoamérica” haciendo alusión al origen latino de nuestra lengua, el cual compartimos con los franceses, italianos y portugueses en el viejo continente.
Qué pensaría el gran Simón Bolívar si pudiera apreciar lo que es hoy “Latinoamérica”, aquella gran nación con la que soñaba y por la que peleó hasta el último día de su vida. Qué haría el general San Martín si sus ojos observaran lo distante que está Uruguay de Argentina, o lo lejos que políticamente están su nación (Argentina) con Chile, país al que ayudó a independizar de la mano de aquel acaudalado O’Higgins.
Hoy en día el mapa latinoamericano “aparenta” integración de jure, pero vive una separación que parecería irreconciliable de facto. Si bien es cierto existen intentos de una integración formal tanto en Centroamérica como en Sudamérica, lo que observamos es que ningún movimiento de regionalización tiene la fuerza suficiente para cumplir con el sueño de una “nación latinoamericana”.
Los movimientos de integración más importantes en América Latina son La Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN), la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), el Mercado Común Centroamericano (MCCA), La Alternativa Bolivariana (ALBA), La Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Mercado Común del Sur.
De las anteriores la más “grande”, por territorio y población es la CSN, es paradójico, pues en está no encontramos como miembro pleno al país más representativo de los hispanoamericanos, aquel Estado al que Morelos llamó “la puerta de América Latina”, nos referimos a México, país que sólo es observador en aquella Organización Internacional.
Todavía no existe una Organización que represente los intereses de “la nación latinoamericana”. Para superar los retos como nación hay que tener en claro que los latinoamericanos somos hijos de la madre patria europea y del humilde padre indígena. Somos nacidos de una España y una Mesoamérica multiétnica. Pero también somos hijos de una cultura prehispánica, de hombres oprimidos, de naciones heridas de muerte, de indios esclavizados que no terminan de ser sometidos. Somos fruto del desprecio y opresión de a quienes nuestros antepasados arrebataron sus tierras, somos presas y opresores en nuestra historia, el ejemplo más claro de una pareja antagónica, el fruto de la negación de lo que fuimos y somos.
La idea de América Latina debe partir de un respeto a las diferencias entre los países y a las múltiples naciones que habitan nuestra región. América Latina no es más una abstracción para localizarnos en el mapa del mundo, es el recuerdo de un pasado común, un presente inconforme y un futuro todavía difuso.
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