Creo que poco podemos ahondar en las posturas que se han marcado en los diferentes ámbitos de la discusión en relación al elevado número de casos de adopción que se producen en Guatemala y, el posterior envió de niños hacia países del primer mundo. Tan grandes eran las cifras que prontamente se ubico a “la adopción” como uno de sus productos de exportación a nivel mundial (después de la azúcar, hortalizas, mano de obra migrante para los Estados Unidos entre otros)
Largas horas a debatir sobre si este fenómeno es o no comercio a pesar de que algunos especialistas han calculado ingresos a Guatemala entre 100 y 150 millones de dólares anuales por concepto del pago que hacen, especialmente familias norteamericanas, de alrededor de 30,000 por niño adoptado , frente a estas cifras intelectuales liberales y algunas personas ligadas al mundo de las adopciones privadas han puesto en relieve la incapacidad del Estado para poder administrar lo referente a este tópico, pero además han señalado a las organizaciones y profesionales, que objetan este tipo de situaciones, como demagogos sin corazón para negar el derecho que tiene un niño huérfano a tener un hogar.
A esto se suman los miles de rumores que han circulado, sobre todo en áreas rurales, que van desde que el robo de niños para venderlos hasta para despojarlos de sus órganos, e incluso para realizar ceremonias satánicas, esta situación ha creado animadversión en varias regiones que han provocado más de un linchamiento de turistas que fotografían niños en la calle, que ha provocado además de la perdida de vidas millones de dólares en perdidas para el sector turístico.
Para los sectores que se pueden calificar de izquierda institucional, mucho de ella dependiente de financiamientos de ONGs europeas (escandinavas principalmente) se plantea la motivación que las adopciones privadas despiertan en personas inescrupulosas para el robo o bien la venta de niños, entonces se cuestiona al Estado, no a la comunidad, en relación a su compromiso por los derechos humanos de los niños, no se trata de brindar niños en catálogo, sino de compromisos de vida, que paradójicamente muchos hogares estadounidenses están más dispuestos a brindar que en Guatemala.
Dicha discusión llevó, por presiones políticas y económicas a que el Estado asumiera controles más estrictos para los procesos de adopción y por lo tanto, se cerrara la inyección de fondos para las llamadas “mafias” (que incluso llegan a financiar campañas políticas al igual que los carteles del transporte público, narcotraficantes y otros)
Ahora la discusión se centra en torno a como el Estado hecha andar sus estructuras institucionales para que dichas adopciones no se conviertan en mina de oro para abogados. Las organizaciones alcanzaron su indicador frente a las instituciones internacionales, implementaron una política pública, pero, quedo un tema pendiente, que pasa con las madres y padres biológicos que año con año daban sus hijos en adopción.
Cuando escuchamos la suma de 4,700 niños exportados a Estados Unidos el año pasado y otro tanto hacia Europa, y si se aprecia el crecimiento de año con año, podríamos llegar a cifras espeluznantes para los últimos diez años, lo que nos arroja en principio es un fenómeno social, ya no se trata de una elección personal, de una mujer violada, pobre, una adolescente sin experiencia de vida, o incluso de robos callejeros estamos hablando de miles de mujeres y hombres que actúan en lo individual o en pareja, influidos por su entorno, a desistir de la crianza de un niño. Este es el caso que analizaremos.
Un niño como alternativa económica
Según UNICEF actualmente la tasa de natalidad de Guatemala es de las más altas a nivel mundial, de 32 a 58 nacimientos por cada mil habitantes , este panorama fue observado por los planificadores del desarrollo desde hace más de treinta años, y ello llevó a extensas campañas de esterilización , salud reproductiva (como se conoce hoy en día) que al final se topó con la resistencia que planteaban las iglesias cristianas tanto (católica y evangélica) hoy en día se mantiene el crecimiento de la población como si tales programas no influyeran en el incide global de la tasa de natalidad.
El campo guatemalteco poco se diferencia de otros ambientes rurales a nivel del tercer mundo, un ambiente para el minifundista determinado por la permanente carestía de los medios para poder vivir, con magros servicios de luz, agua potable, salud, educación y baja productividad, aún así, ante los ojos de los extraños parecía paradójico que ante tal ambiente de pobreza las familias campesinas fueran numerosas, tal es el caso de Petén que según las estadísticas que manejan organismos estatales existe la mayor tasa de natalidad del país de entre 7 y 8 nacimientos por matrimonio (llegando incluso a los 9) para el occidente indígena de Guatemala la diferencia no significativa, llega a mas o menos de 5 a 6 nacimientos por matrimonio, sin contar con los niños que no llegan al año de vida, que para el caso de Petén, en sondeos de boca en boca, se llegó a establecer que por los pobres niveles de cobertura de servicios de salud al menos cada mujer que llegara a tener 6 hijos vivos al menos uno había muerto en ese primer año de vida. De hecho, la experiencia del que les escribe, mi abuela que se desarrolló en la ciudad de Guatemala durante la década de los cuarenta, tuvo seis hijos dos de los cuales murieron durante la primera infancia evidentemente por enfermedades prevenibles.
Pero regresemos al área rural, para los extraños que les resulta ofensivo ver como una pareja de esposos se hace de seis hijos con problemas de desnutrición, con el vientre abultado y descubierto, pies descalzos, con manchas blancas por todo el cuerpo, que no logran completar una comida al día, la explicación sobre tal fenómeno social no puede ser otra que la desidia, pero para el militante de izquierda es la prueba palpable de lo injusto del sistema capitalista, que lanza a millones de seres humanos a las garras de la miseria humana, pero la explicación de la madre y el padre de familia en tal condición es más simple y tiene dos vertientes una eminentemente religiosa, que para el caso de las interpretaciones de la doctrina cristiana (tanto católica como evangélica) “tener los hijos que mande Dios”, y la otra tiene que ver con el raciocinio económico, “un hijo es una inversión a futuro”, es asegurarse mano de obra para la unidad productiva familiar, esto no quiere decir que no exista ternura y amor, aún cuando sea difícil de explicarlo, en el momento de la concepción, nacimiento y cría, pero hay que partir que el amor y la ternura son sentimientos que tienen sus acepciones de carácter cultural, o sea que, para el mismo observador extraño, un grupo de niños con carencias para otro puede que sea interpretado de distinta manera, el elemento a resaltar en esta diferencia de percepción es la validación del mecanismo, si una familia con bastantes hijos ha demostrado que posee más probabilidades de salir adelante en su tarea de supervivencia, ese esquema ocasionalmente será replicado.
Muchos hijos es interpretado como bonanza, el occidente golpeado por el conflicto armado interno, a la firma de los acuerdos de paz en 1996 se disparó el número de hombres y mujeres que buscaron por medio de la migración a los Estados Unidos alternativas para la agresiva pobreza de aquellas regiones, existen familias con varios integrantes que han abandonado su lugar de origen, entre más miembros de una familia estén en Estados Unidos mayores serán las posibilidades de generar alternativas para la familia que se ha quedado.
El racionamiento de que a mas hijos más ingresos subsiste entre la población con niveles exiguos de formación académica o bien en familias cuyos ingresos y nivel de subsistencia son elementales, lo interesante del planteamiento reside en el nivel de resistencia ante la perdida de un niño, como mencionamos anteriormente, muchas de las familias, con ingresos magros en ámbitos marginales y con numerosos hijos, era probable que se encontrara con uno o más decesos, esto aparentemente era compensado con los hijos vivos.
Ahora bien, cuando se mencionaba la posibilidad de que las madres que dan sus hijos en adopción eran esencialmente pobres, es fácil ubicarse en contextos como el descrito anteriormente, y visto desde esta perspectiva, los argumentos de los liberales guatemaltecos adquiere validez, como respuesta a la pobreza la madre toma la decisión de dar en adopción uno de sus hijos, es una boca menos que alimentar y además es una salida decorosa para al menos uno de los miembros de la familia empobrecida, y si en este proceso logra un ingreso adicional pues se percibiría como un valor agregado que además ayuda al sostenimiento de la familia, esto refuerza la idea de que Guatemala, por medio de sus miles de niños puestos a la disposición de procesos de adopción es porque el país atraviesa niveles de miseria, esto evidentemente contrasta con otras latitudes del planeta que a pesar de estar en las mismas o peores condiciones de pobreza no llegan a los niveles de “exportación” de niños, veamos el cuadro publicado por la BBC:
En la gráfica anterior se aprecia claramente que Etiopia, a pesar de haber sufrido varias hambrunas, con miles de muertos, y cruentas revueltas, hasta el día de hoy, su porcentaje de procesos de divorcio para Estados Unidos es menor a Guatemala, a pesar de que lleva diez años de paz relativa.
Pero estas comparaciones solo nos sirven para mostrarnos la particularidad de las leyes nacionales en relación al tema de la adopción, lo importante es señalar la demanda frente a la oferta de niños, es claro que ante la monumental de la pobreza, grotescas pueden resultar las estrategias de sobrevivencia.
El otro detonante social que dispara los números de niños disponibles en el mercado es el incremento de las madres solteras. Ante el incremento de las relaciones sexuales fuera de matrimonio y en edades cada vez más tempranas, y el abandono del núcleo familiar por parte de los hombres provoca el que más mujeres enfrenten el dilema de la venta de niños. Aun cuando no se poseen los datos a la mano, se infiere que la mayor parte de niños puestos en adopción provienen de madres solteras con más de un niño.
La sociedad guatemalteca reacciona violentamente ante el robo de niños para su disposición para la venta, y como lo mencionábamos antes, más de un extranjero ha ardido (literalmente) en la plaza de cualquier pueblo acusado de ello, pero cuando esta decisión parte del ámbito de lo privado pocas veces es cuestionado por el entorno, sobre todo cuando la mujer en cuestión se ha convertido en inmigrante hacia cualquiera de las ciudades del país.
¿Crisis de valores?
¿Qué es lo que provoca que muchas mujeres, en el mismo entorno cultural, lleguen a la conclusión de que la venta de un niño es una alternativa para enfrentar la pobreza?
En Guatemala, al iniciar la fiebre de los teléfonos celulares a inicios de la década del dos mil, el crecimiento se disparó al tal grado que prontamente se alcanzó niveles exorbitantes, pero durante los primeros estertores de este comercio se produjeron miles de robos por mes de los mismo en plena vía pública, ladrones armados asaltaban, sobre todo mujeres, los aparatos para luego revenderlos, (como un producto de inmediato comercio) muchos de estos asaltos terminaron con la vida de jóvenes en plena vía pública, los niveles de muertes fue tan escandalosa que surgieron iniciativas de ley para prohibir el reconectar teléfonos por parte de las empresas y por supuesto, penas más severas para los que fueran atrapados en la reventa de estos aparatos.
¿Por qué nos metimos al tema de los celulares si estamos hablando de niños? Pues bien, este al igual que una serie de artículos de consumo diario son reconocidos como “indispensables” para el desarrollo personal y social, un vehiculo, ropa de tales condiciones, e incluso la misma alimentación en determinados restaurantes, esto nos lleva a un fenómeno que se planteaba durante los debates ideológicos entre los partidarios del socialismo y capitalismo en la década de los setentas, como es “la alienación” que se entendía como el fenómeno de cambio cultural dentro de las masas proletarias donde asumían valores que no correspondían a su condición de clase, a estos se les acusaba de “aburguesados”, claro esta, cuando se produce la caída del bloque socialista este tipo de conceptos cayeron en desuso más la realidad social siguió su curso. Millones de copias piratas de las últimos estrenos de películas se comercian en las calles y en todos los mercados de Guatemala, servicio de cable en todos los municipios, miles de migrantes van y vienen de los Estados Unidos, incluso la misma arquitectura ha cambiado, en áreas con mayor índice de pobreza poseen algunas viviendas con arquitectura norteamericana, las remesas y las empresas producto del lavado de dinero del narcotráfico constituyen pilares de la economía guatemalteca, bajo este contexto, el asesinato por un teléfono celular como la venta de un niño en aproximadamente entre dos y tres mil dólares adquiere lógica, junto con los quince asesinatos diarios producto de la delincuencia, ajuste de cuentas, o la simple transgresión del espacio de otra persona.
De diez años para acá el incremento de la violencia comenzó a alcanzar niveles dantescos cuando a los índices habituales se agregaron la muerte de niños y de mujeres, ha tal grado que millones de dólares de la cooperación internacional se destinó a hacer presión para que existiera una legislación especial, actualmente Guatemala posee leyes que tipifican el “femicidio” casi como un crimen de odio (como si los demás no lo fueran) pero el nivel de muertes de mujeres no baja.
La opinión pública fácilmente maniobrable, estaría de acuerdo que un niño guatemalteco en Estados Unidos posee más posibilidades de “crecer feliz” que en la miseria de las áreas marginales o del campo, tiene menos posibilidad de crecer como “un indio más” , no se discute sobre el daño que esto ocasiona no sólo a la sociedad en su conjunto sino a los miles de mujeres que han aceptado a vender a sus hijos y a los hombres que saben (en algunos casos) que sus hijos han sido vendidos o simplemente han desaparecido.
Los cambios de la legislación no se produjo desde el cambio de conciencia colectiva, por más que así lo presenten las ONGs que reciben financiamiento externo, sino por la presión extranjera “políticamente correcta”, no fueron masivas manifestaciones, ni la elección popular sino la diplomacia oenegera que se ha convertido en el sexto poder del Estado.
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